Los Tercios de Castelnuovo (Sangre, Sudor y Hierro nº 14)


 

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Los Tercios de Castelnuovo
Serie Sangre, sudor y hierro — Libro XVI

Año del Señor de 1539. Solimán el Magnífico gobierna un imperio que se extiende más allá de los confines del horizonte; Barbarroja, su almirante sombrío, arrastra tras de sí la marea más temible que el Mediterráneo ha visto. Y, frente a ellos, resistiendo como una roca perdida en mitad del océano, solo cuatro mil españoles.

Cuatro mil hombres contra un mundo entero.

Los Tercios de Castelnuovo narra la última defensa de un tercio condenado, una resistencia que ningún mortal habría creído posible. Aquí desfilan reyes y emperadores, jenízaros nacidos esclavos, corsarios que gobiernan el mar, y soldados españoles que, hambrientos, heridos y abandonados por todos, deciden no arrodillarse jamás.

La novela recorre los palacios de Estambul iluminados por lámparas de aceite, las estancias oscuras de Yuste donde Carlos I siente el peso del mundo, las cubiertas de galeras que huelen a brea, sudor y oración; y finalmente Castelnuovo, una tumba de piedra donde cada calle es tomada y perdida mil veces, donde cada hombre lucha hasta que su nombre se quiebra en sangre.

Aquí no hay salvación.
Aquí no hay retirada.
Aquí no hay amanecer que no huela a pólvora y carne quemada.

Pero hay algo más fuerte que la vida: la libertad de elegir la muerte.

En estas páginas se escuchan las últimas palabras del maestre Sarmiento, se siente el temblor del suelo cuando las minas turcas devoran la muralla, se ve el cuadro final de menos de cien hombres avanzando contra miles porque aún les queda un aliento y un juramento. Y cuando llega el silencio, ese silencio que solo dejan las grandes tragedias, queda lo único que ni Solimán ni Barbarroja pudieron conquistar:

La memoria.

Los Tercios de Castelnuovo es un canto de hierro y ceniza, un funeral glorioso, una llama que no se apaga.
Una historia real contada con la crudeza, la belleza y la épica de un mundo que se desangra… pero no se inclina.

Porque hay derrotas que son coronas.
Porque hay muertes que son fundaciones.
Porque hay nombres… que no mueren nunca.