A veces me preguntan qué hay realmente en el núcleo de Leyendas del Sol Negro, qué late detrás de sus naves, de sus imperios estelares, de sus guerras, sus traiciones y sus héroes.
¿Es ciencia ficción, es espiritualidad, es una metáfora de algo más profundo?
La respuesta es que Leyendas del Sol Negro es todo eso y algo más:
Es una advertencia.
Una plegaria.
Una profecía.
Cuando empecé a escribir esta saga —la tercera dentro del Continuus Nexus— lo hice con la necesidad de hablar no solo de mundos lejanos, sino del alma. Del alma humana, sí, pero también del alma de lo que aún no comprendemos. Y para ello creé el Exodus, esa galaxia remota donde los últimos vestigios de la humanidad se refugian, dos mil quinientos años antes del primer capítulo, huyendo de aquello que en la Tierra casi los extinguió. Un éxodo de carne, pero sobre todo, un éxodo de espíritu.
En el corazón del Exodus no hay solo colonias y corporaciones. Hay un misterio antiguo, latente, que respira en las grietas del tiempo: los Exo. Nunca se muestran del todo, pero están en todas partes. Como un silencio que empuja, como una música que no puede oírse con los oídos, pero que sí guía las decisiones, los sueños y los fracasos de quienes habitan esta saga.
Sael, la protagonista de los primeros libros, no es solo una joven rescatada de una tumba estelar. Es un arquetipo, un espejo que devuelve preguntas al lector. ¿Qué somos cuando perdemos nuestra memoria, pero no nuestro destino? ¿Qué queda de humano en alguien que ha sido moldeado por lo que no es humano? Su lucha no es solo contra la Plaga, ni contra los droma, ni contra la violencia galáctica que la arrastra. Su lucha es por entenderse. Por recordar. Por saber si es una hija del Sol o una enviada del abismo.
Y luego está Jeor, su hijo. Nacido de un amor imposible y de una guerra más grande que él, su camino es más trágico y solitario. Hereda un cuerpo humano, sí, pero también una conexión invisible con las fuerzas que los Exo han dispersado por la galaxia. Lo que él vive, lo que él decide, afecta a toda la red de anomalías estelares que conecta los sistemas. Él no lo sabe —al principio—, pero está diseñando el futuro. Y no solo el suyo, ni el de su especie: el futuro del tiempo.
Alrededor de ellos giran personajes que amo profundamente: Wotan Daneron, el viejo almirante que se niega a morir sin redención. Actarus, el Gran Legado, que carga con la vergüenza de haber amado y sobrevivido. Ardel Nomah, que busca redención en las ecuaciones de lo imposible. Ian Vashir, el terraformador que intentó crear un paraíso y despertó un infierno. Y Lisa Elasar, que guardó el misterio cuando nadie más quiso mirar.
Todos ellos son piezas de una sinfonía mayor, que no tocan por separado. Cada acción, cada palabra, cada batalla es un acorde en una melodía que los Exo ya conocen. Porque eso es Leyendas del Sol Negro: un camino trazado en el vacío por manos que no son nuestras. Es la sensación constante de que algo más grande observa desde el otro lado del velo.
Con la llegada de la tercera edición digital de la saga Leyendas del Sol Negro — he querido no solo revisar y corregir cada línea, sino también ampliar el horizonte que conecta esta serie con el resto del Continuus Nexus. Porque todo está relacionado. Porque el despertar del alma en el Exodus es solo un capítulo de un viaje mayor. Porque los Exo, como los dioses antiguos, nos han dado tiempo… pero no eternidad.
En esta edición encontraréis más profundidad, más matices, más conexiones con las otras series del multiverso. Porque la historia de Sael y Jeor no se agota en su final. Ellos abren la puerta de lo que está por venir. De la siguiente saga. De lo que se esconde más allá de la última estrella.
Gracias por seguir leyendo. Gracias por creer que la ciencia ficción no solo fijamos advertencias para el futuro, también puede hablarnos del alma y la evolución de nuestra especie biológica y espiritual.
Y del silencio. Y del fuego.
Nos vemos entre estrellas.